El TDAH es una alteración
real, pero para algunos ámbitos del psicoanálisis es sólo una etiqueta
diagnóstica sin evidencias neurobiológicas ni genéticas. Un niño con este
tipo de trastorno es alguien que muestra una inquietud; que algo hace que no
pare de moverse, que lo despista y le complica la existencia y el vínculo
educativo.
A pesar de
que cada vez se habla más del Trastorno por Déficit de Atención e
Hiperactividad (TDAH) no se despejan las dudas que la sociedad tiene sobre él,
porque cada vez se dan más casos. Es más, la popularización del tema ha logrado
que muchos padres, preocupados por tener un hijo inquieto, acudan a las
consultas pensando que su hijo es hiperactivo. Hay posibilidades de que todo
el mundo presentemos en algún momento sin tomas similares a
los del TDAH, sin que tenga mayor importancia ni quiera decir que
deba ser diagnosticado. Los especialistas sólo diagnostican a un paciente
de TDAH cuando son muchos los síntomas, estos se presentan
frecuentemente, aparecen en distintos ambientes, no sólo en casa o en el
colegio, y no son pasajeros, sino que se vienen arrastrando desde la
primera infancia aunque haya alguna excepción en la que se tarde más en
detectar.
Este trastorno se diagnostica a partir de una
simple entrevista a los padres y al pequeño, por lo que no hay pruebas
científicas que verifiquen que dicho niño padece de TDAH. Puede que
simplemente se
aburran en clase o parezcan inquietos debido a la antigüedad del modelo
educativo que les hace aburrirse y no prestar atención, pero sin duda la
medicación no es la solución más apropiada.
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